“La Casita”, por Emmanuel Muleiro, 2016

Sólo quien hace de sus pies raíces puede entrar en la Casita,
sólo quien hace de sus brazos un aire liviano e infinito
puede tocar su techo y estrechar sus ojos
con los del Condor, señor de las nubes
y el Colibrí, señor de la luz.
La Casita cobija a quién desea guarecerse en su vientre,
lo alimenta con los secretos de los dioses
y le muestra que su carne siempre ha sido de barro y maíz.
Tabaco ofrece el gran Jaguar para que todo pedido
pueda elevarse desde la boca de hombres y mujeres
hasta los oídos del cielo.
Coca mastica la gran Llama, brinda la hoja sagrada a
quién sufre abatimiento y así quita de su alma
todo cansancio.
El viejo Escuerzo muestra donde nacen tomates como corazones,
regala el placer del fruto rojo y mandioca a quién padece
el hueco del hambre.
Pero sólo la serpiente indica el lugar exacto donde brota el cacao,
la fuente del agua ardiente con la que se embriagan
los humores de hombres, mujeres e incluso dioses.
Nada encuentra fin en la Casita, nadie es excluido.
El tiempo como sus visitantes no tiene edad allí,
la tierra toda entera con su magia inexplicable
cabe en la mirada.